Roberta

Leyendo el blog de Jules, recordé que nunca sabemos con quién vamos a desahogar nuestras penas y pensé que al menos tengo grandes amigos con los cuales puedo llorar en sus hombros y me dió tristeza pensar que alguien pudiera no tener amigos o simplemente alguien con quien hacerlo.

En marzo del 2005 fui de misiones a Xitlama, como todos saben es mi pueblo favorito para misionar (jajajaja) y conocí a todas las personas del pueblo; eso es fácl ya que son bien poquitos. Además de todos los niños, a dos personas ahi les tomé un cariño super especial a Roberta y María Magdalena.

Roberta es una señorita, porque aunque su edad te diría que está casada con muchos hijos, no tiene nada de eso. Vive sola en una casa grande y llena de cosas pero tan vacía porque es así como ella la veía. El patio de su casa es enorme porque es parte de la barranca donde apenas tenía vaquitas y becerritos, la última vez que fui, también caballos. En pocas palabras es la adinerada de la comunidad.

El rol de comidas decía que nos tocaba comer con Roberta, Doña Roberta, como es costumbre decirles a todos, no importando la edad. Bajamos de la escuela y llegamos a la última casa del caminito. Tuvimos que entrar por una puerta hechiza, agacharte muchísimo y cuidar que las puas no rompieran ni tu pantalón ni playera.

El menú era sopa de lentejas con col, un chorro de tortillas y agua. Invitamos a que se sentara a comer con nosotros y se apenó, cosa que no debía, en fin... Sacamos la plática y era super díficil que nos contestara hasta que abrió su corazón y empezó a contarnos sus frustraciones y lo que más le duele, haberse quedado sola y desear una familia con quien compartir su vida, todo reducido a lágrimas y a mantener la misma cara aunque ya la tuviera mojada. Al terminar de comer, seguimos platicando con ella y su rostro se fue ablandando lo cual fue tan lindo, porque literalmente se le iluminó, al igual que los ojos tenían ya una chispa y no dudo que fuera de esperanza (o al menos eso quisiera creer).

Ese día creo que fue miércoles, y me escuchó decir que tenía antojo de atole, y no sé de dónde diablos saqué que quería atole porque no me gusta... El sábado de gloria, en la celebración del fuego nuevo estuvo bien emotiva porque al final todos nos despedimos del pueblo en la capilla y las señoras organizaron un convivio, cada quien llevó algo. A Roberta le dí mi rosario de madera que me había regalado mi mamá, pero no me dolió desprenderme de él porque en verdad sabía que ella lo iba a utilizar y que dejaría un poco de mi en ella. Se salió de la capilla y regresó y sólo dijo: "Güera, aquí está el atole del que tienes antojo" Yo me quedé de a seis, porque nadie había escuchado que yo tenía antojo. El atole era de arroz y estaba delicioso. Pero lo más impactante fue que los 10 años más que aparentaba unas lágrimas se los llevaron y resurgieron a Roberta que vive cada día, trabaja y trata de ser feliz.

El año pasado que repetimos pueblo, no había podido irla a ver porque estaba muy mal y me mandaba té para que talvez me sintiera mejor, mandó a preguntar por mi antes de que me pusiera tan mal para que fuera a verla yo solita. Mi corazón latió como loco cuando la volví a ver y su rostro seguía como la última vez que estuvimos en Tlanchinol, radiante...

Al sábado que fue mi cumpleaños, estabamos en la ceremonia y cuando terminó, hubo convivio de nuevo y ella me llevó atole, pero esta vez de vainilla y flores de colores de mi regalo... Insisto, ese día ha sido el mejor cumpleaños que he tenido o al menos que Dios me dió regalos tan grandes que sólo caben en mi corazón.

Ojalá algún día vuelva a verla y visite Xitlama.

De María Magdalena, luego les cuento.

Siempre que alguien necesite un hombro, siéntase en la confianza de saber que en mi tienen dos.

Los quiero mucho